«Tu creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre.
¡Te alabo porque soy una creación admirable!
¡Tus obras son maravillosas y esto lo sé muy bien!
Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido.
Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba escrito en tu libro; todos mis días se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos.» – Salmo 139:13-16
Vivo en España.
Hoy, por segunda vez en menos de un mes, acabo de leer la noticia de un niño que decidió quitarse la vida por el bullying que le hacían en el colegio.
Es la segunda vez, en semanas, que un adolescente deja de existir por decisión propia, porque no soportaba el peso de la carga que llevaba a cuestas, que estoy segura le hacía sentir inseguridad, miedo, ansiedad, depresión y muchas tantas cosas más… y lo digo, porque una vez fui esa.
Hace 20 años intenté lo mismo y, gracias a Dios, no lo logré.
Cuando me entero de noticias como estas, siempre reflexiono; me pongo a pensar en cómo era ese dolor que parece interminable, que se lleva en lo más profundo, cuando te despiertas todos los días con ganas de dejar de existir; pienso en las palabras que faltan, cuando intentas explicarte, sin que haya quien te entienda, porque el dolor del alma solo lo conoce quien lo experimenta; pienso en la poca importancia que se le da a la etapa adolescente que, como su nombre lo indica, se vive con dificultades y sufrimiento, y en los recursos tan limitados que, como sociedad, nos damos el permiso de utilizar en todas las etapas del desarrollo, para asegurarnos de que todos conocen el valor de la propia vida, de que hay consciencia de la necesidad de cuidarla y de que todos sepan que tienen la capacidad de hacerlo.
Últimamente pienso tanto en la generación que viene tras de mi… porque un día fuí esa y sé lo que es vivir sin sentido de propósito, en un mundo que cada dia te distrae mas de lo que verdaderamente es importante, mientras te hace cuestionarte tu valor como persona, nadando a contracorriente de Dios por dejarte llevar y querer conseguir lo que te hacen creer que es necesario para ser vista, aceptada y, por tanto, feliz, sin importar si eso implica que se vaya la vida en el intento (a menos de que llegue Jesús a tu vida y te sane por completo la falta de identidad tan grande que llevas encima, una vez que intentas quitarte la vida, vas a andar siempre, como por inercia, viviendo en modo autodestructivo, muchas veces sin darte cuenta).
Creer en Dios (el único Dios, Jesucristo) como creador, salvador, redentor, sanador, padre y amigo, y dejarte llenar por Su Palabra, meditando en ella hasta lograr hacerla tuya (el Espíritu Santo es quien logra hacerla penetrar en tu corazón, por medio de Su revelación, como esa espada de doble filo que atraviesa hasta lo más profundo del alma) da vida a cada parte de tu interior y le da sentido a tu historia, haciendo que todo obre para bien en todo momento, incluso lo que duele y no tiene sentido, porque has decidido creerle y amarle.
El problema que tenemos como sociedad, es que no queremos buscarle a Él. Nos creemos la mentira de la autosuficiencia y pensamos que, si somos funcionales y capaces de lograr cosas con nuestras propias fuerzas, no nos hace falta nada (ni nadie) más, y mucho menos un Dios que nos venden como inaccesible, juez y verdugo, al que estamos acostumbrados a acudir únicamente cuando los recursos se acaban y la vida nos pone al límite de nuestras capacidades (porque hasta el más ateo acude a Dios cuando se desespera)
La realidad es que nada de esto es nuevo, porque lleva pasando desde el Edén cuando, por creer mentiras, fuimos desobedientes, caímos en pecado, y acabamos donde estamos ahora, pagando las consecuencias de nuestros propios actos, sin ser conscientes de ello por la ceguera espiritual en la que vivimos (en resumidas cuentas).
Además de cuerpo y alma, somos espíritu (1 Tesalonicenses 5:23). Y así como nos preocupamos por cerrar la boca al comer, para vernos de cierta forma frente al espejo; así como buscamos darnos masajes relajantes cada vez que podemos (o cualquier forma de relajación que cada uno considere) y desconectar del ruido de la tecnología para «conseguir la calma», tenemos la necesidad de despertar nuestro espíritu, dejando entrar en nuestro corazón al único Espiritu que nos vivifica, dándole de comer de la única forma posible: con la Palabra de Dios revelada a través de nuestro ayudador y consolador, el Espíritu Santo, regalo de incalculable valor por parte de Jesucristo, Dios mismo en la carne.
Tenemos una resposabilidad como sociedad: cuidar de los más vulnerables e indefensos. Eso empieza por cuidar de nosotros, porque no podemos dar de lo que no tenemos, cultivando nuestra propia relación con Dios, para sanar lo que debamos sanar en nuestro interior y ser libres de verdad, dejándonos guiar por Él, para poder servir a otros de una forma que de verdad transforme vidas (propósito a través del cual le damos gloria a Él, por ser el único capaz de hacerlo, por medio de nosotros, y porque es el autor de toda esta historia maravillosa en la que somos redimidos por el creador del universo, para vivir a Su lado, en la eternidad).
Espero que, sin importar quién seas, tu historia, dónde estés y lo que pienses de tí mismo y tus circunstancias, esto te acerque un poco mas a Él y le permitas entrar en tu corazón para mostrarte cosas que tus ojos no han visto y tus oídos no han oído aun, que son las que tiene preparadas para aquellos que le aman (1 Corintios 2:9)
«Que el SEÑOR te bendiga
y te proteja.
Que el SEÑOR sonría sobre ti
y sea compasivo contigo.
Que el SEÑOR te muestre su favor
y te de su paz.» – Números 6:24-26

Esta postal viene de una reunión de mujeres, de una iglesia que no conozco, en el sur de España… está en casa de mi suegra y es una maravilla (puedes empezar tu camino por aquí, si quieres)

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