«Me preparas un banquete
en presencia de mis enemigos.»
Cuando en las Escrituras Pablo nos enseña sobre la guerra espiritual, y cómo no luchamos contra carne, ni sangre, sino contra principados, potestades y huestes de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12 RV1960), al principio todo suena a chino (a menos de que hables chino; entonces sería a cualquier otro idioma que no entiendas), hasta que el Señor va derramando entendimiento sobre tu mente y puedes comenzar a ver las cosas con los ojos espirituales abiertos, como Él las ve.
La NTV (Nueva Traducción Viviente) explica ese mismo versículo de la carta a los Efesios asi: «no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales.» y hoy, mientras corría por el parque en la mañana, pensaba en las veces que me he enfocado tanto en las cosas que (según yo) estaban mal, queriendo resolverlas con mis propias y «maravillosas» ideas y mis propias e «increíbles» fuerzas, sin darme cuenta de que el enemigo no era lo visible, sino lo invisible que venía detrás.
Salir a correr a un parque, como tantas otras cosas que involucrasen el deporte como rutina, la persistencia y resistencia por mi parte, siempre fue un reto casi imposible de alcanzar en mi cabeza. El discurso constante que me repetía una y otra vez, «no vas a poder, estás muy gorda, te vas a cansar rapidísimo, la distancia es muy larga, estás loca, etc, etc» (separado por comas, porque era una cosa detrás de la otra, en bucle, sin parar) me paralizaba a tal punto que, usualmente, a menos de un minuto de comenzar, ya tenia un dolor en el costado y me costaba respirar; eso que hoy conocemos como «somatización», era la condición constante de mi vida.
Hoy me doy cuenta de que el problema (entre tantos otros) no era mi falta de forma fisica, ni la distancia a recorrer, sino la ansiedad que me dominaba y me llevaba a la frustración conmigo misma, que acababa paralizándome para hacerme sentir que, en efecto, correr era algo imposible de pensar para mi.
Otro asunto es la falta de identidad que muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de que es un problema, porque creemos que nada más por existir, ya «somos porque hacemos», cuando la realidad es que somos mucho antes de hacer.
Que yo no tuviese ni idea de quién era, como persona, como niña, como mujer, ni tuviese una respuesta para el sentido de mi vida, me hacía soluciones y motivaciones (e identidad) en todo aquello que pudiese realizar con mis propias fuerzas, por encima incluso de mis posibilidades, para lograr ser vista, reconocida, admirada y querida por todos los que me conociesen, consiguiendo así ser «buena» y «válida» en función de cómo me percibieran los demás… y requería tanto esfuerzo que, al final, solía acabar tumbada en la cama, agotada, teniendo que buscar cualquier estimulante (drogas, alcohol, compras… entre otras) para levantarme y volver a ponerme a funcionar en la misma rueda de hámster… una y otra vez.
Hay algo tan diferente, nuevo, maravilloso e incomparable cuando el Señor te encuentra, comienzas a conocerle y le dejas definirte, que la verdad es que me cuesta encontrar la forma de explicarlo…
En el Nuevo Testamento, entre los relatos de los tantos milagros que hizo Jesús durante Su ministerio en la tierra, en el libro de Juan, capítulo 9, vemos la historia de un ciego de nacimiento al que interrogan los fariseos (religiosos de la época), después de haber sido sanado por Jesús, porque los límites autoimpuestos de su religiosidad no les dejaban ver más alla de la ley, para poder contemplar la belleza de la gracia:
«Algunos de los fariseos decían: «Ese tal Jesús no viene de Dios porque trabaja en el día de descanso». Otros decían: «¿Pero cómo puede un simple pecador hacer semejantes señales milagrosas?» – Juan 9:16
Al interrogar a los padres del ciego, su respuesta es lo que más llama mi atención de la historia y toca profundamente mi corazón, al no poder explicar muchas veces lo que vivo maravillada con Jesús:
«Sabemos que el es nuestro hijo y que nacio ciego, pero no sabemos como es que ahora puede ver…» Juan 9:20
Y el hombre contesta:
«lo que se es que yo antes era ciego, ¡y ahora puedo ver!» Juan 9:25
La imagen en el espejo, la falta de forma física, la mala economía, la situación política del pais en el que vivas, no tener un título universitario, andar a pie por no contar con un vehículo propio, tu pareja complicada, tu familia disfuncional, el vecino chismoso, entre otras cosas, no son el problema. Todo eso puede ser real, pero no deja de ser el catalizador o el resultado de lo que verdaderamente importa: lo que albergan tu mente y tu corazón y cómo eso te hace actuar ante todo lo que ya he mencionado y más.
Mientras más avanzo en el conocimiento de Jesús, el Espíritu Santo me hace sentir cada día más segura de cuál es mi nueva identidad: la de una hija amada por Su Padre celestial, todopoderoso, omnipotente, omnipresente, a la que se le ha otorgado la bendición y responsabilidad de cuidar el templo de Su Santo Espiritu, que es el cuerpo físico, lo que me hace ser capaz de correr en el parque, durante el tiempo que haga falta, porque,
«todo lo puedo en Cristo que me fortalece» Filipenses 4:13
Esa nueva identidad borra por completo toda ansiedad, frustración, depresión y fatiga que venga a atacar el corazón y la mente, haciendo real el Salmo 23:5; porque los enemigos muchas veces no estan fuera, sino dentro de la mente y aun así, allí donde nadie habita ni puede entrar, más que yo misma, el Señor llega con la Espada de Su Palabra, para librar la batalla por mí, preparando un banquete de bendición, gozo y amor, delante de aquellos que quieren destruirme.


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